jueves, enero 18, 2007

PENSAMIENTOS DE UN CENTROFOWARD

-¡Tocala Cabezón!

El grito con tono imperativo se escuchó al mismo tiempo que quien lo emitía comenzaba un pique desde tres cuartos del campo rival hacia el área contraria como diría el relator que transmitía las acciones de ese importante partido.

Y el “Cabezón” Pérez la tocó nomás. Con esa sutileza que tiene de diez clásico de tranco cansino pero elegante, metió un pelotazo de veinte metros que iría a morir justito al pié del compañero que la pedía que no era otro que el centrofoward del equipo, Gabriel “Lecherito” Guzmán, que con su metro noventa de estatura y sus más de 90 kilos de peso ya se metía en el área filtrándose entre los defensores centrales rivales y mirando de reojo al arquero rival.

“Lecherito” recibió el balón, matando el efecto que traía con el empeine izquierdo y no pudo reprimir su pensamiento: “-que buena bocha me tiró el “Cabeza”, después de semejante pase esto tiene que terminar en gol. Si estoy acá nomás del arco, me quedan solo dos o tres rivales para pasar incluido el arquero puedo hacer cualquier cosa, pararla y pegarle, rematar como viene ó aguantarla esperando que llegue un compañero. Pero si estoy más solo que un hongo quien va a llegar, si el forro del técnico me pone arriba únicamente a mí para que todos me tiren pelotazos y yo me arregle como pueda, si el más cercano es el “Cabeza” que está como a veinte metros. No, mejor la juego para mi...”

“Lecherito” enganchó para su pierna más hábil, la derecha, justo cuando pisaba la raya de cal que marca el área grande y donde nace la medialuna, haciendo pasar de largo a Montilvetti, el “seis”, que lo venía atorando. “A la vuelta traeme el diario Montilvetti hijo de puta”, pensó Guzmán. “Ahora sólo me quedan dos, y clavo un golazo. La cruzo al segundo palo, entra seguro, y salgo a festejar hasta el banderín del corner, capaz que lo saco y todo como hizo una vez Bati. Después me voy a abrazar con el Cabezón y con Willi que está en el banco y me dijo que hoy mojaba. ¡Como van a delirar los hinchas, se van a poner como locos con semejante gol y triunfo! ¿Y la vieja? Seguro que lo está escuchando y sufriendo como siempre, que contenta se va a poner. Y también la Lore, que me dijo que venía a verme, y seguro que está en la platea así que cuando vuelva a la mitad de la cancha después del festejo la voy a buscar con la mirada y la voy a señalar dedicándole el gol...”

Justo en ese momento “Lecherito” siente el empujón desde atrás. Es que el último hombre rival, el “Negro” Ojeda, se había lanzado con todo su cuerpo para intentar frenar el embate del delantero, chocándolo lícitamente para desacomodarlo y poder despejar el peligro. Pero el número nueve estaba decidido a marcar y con su semejante físico aguantó el sofocón y no sólo quedó bien parado sino que también logró que el defensor rival rebote y caiga desairado a retorcerse sobre el punto del penal. “A papá mono con bananas verdes, a mi me querés ganar por fuerza, jaaa. Si ahora somos el arquero y yo. Lo fusilo, lo meto con pelota y todo. No, mejor no, vamos a decorarlo como se debe si ya viene para acá desesperado, mejor lo eludo y con el arco libre hago el gol de mi vida. Que golazo mamita, seguro que sale por tele el martes en el noticiero de las doce. Los muchachos me van a gastar como loco, pero a mi que me importa. Con este gol me van a conocer en todas partes, y capaz que lo ve alguno de esos empresarios que andan por ahí y me viene a buscar para llevarme a algún club grande de primera ó al exterior, quien te dice. Y ahí sí, a jugar unos años, ganar dinero y después darme la gran vida como siempre soñé. Ya basta de frustraciones, le voy a comprar la casa a la vieja y vamos a vivir todos juntos. O no, mejor una casa para ella y mis hermanos y otra para mí y la Lore, quien te dice, después de este gol quizás acepta salir conmigo una noche y ahí me animo y le cuento todo lo que siento por ella y ella se deschava y me dice que también está enamorada de mi. Si no, no me hubiera dicho que venía a verme...¿dónde estará sentada?

El arquero salió a atorar a los pies de Guzmán y éste hizo lo que le habían enseñado y practicó durante tantas noches en la canchita auxiliar. Lo esperó, amagó para un lado y salió por el otro para dejarlo mordiendo el polvo y mirando como el atacante quedaba paradito, fuerte, armado y preparado a dos metros de la inmensidad de un arco desguarecido que se mostraba aún más grande con las redes puestas, que se utilizan sólo en los partidos oficiales. “Esto es un golazo, señores. Para que delire la hinchada, se emocione la vieja, grite Lorena y festejen mis compañeros. Con esta obra saco chapa de jugador de primera”, pensaba “Lecherito”, “ ya basta de venir a este club pedorro que no nos dá nada, basta de aguantarlo a “Valdanito” Quiróz que se cree superior a todos por haber ido a la facultad y haber leído más que nosotros. Ya basta de este apodo. De ahora en mas me dirán “Máquina” ó “Tanque” ó simplemente Gabriel como esos jugadores que de tan conocido, con sólo decir su nombre ya sabemos de quien se trata. No más “Lecherito” como me puso el guacho de Quiróz porque decía que imaginaba demasiado, Ya no, para él, para todos, acá tienen un golazo...” Y el centrodelantero tocó la pelota como debía ser. Suave, al ras del piso, con la parte interna de su botín derecho como dijo el relator que ya preparaba su garganta, al igual que los cien tipos que miraban desde atrás del alambrado y comenzaban a gritar la palabra sagrada que tiene el fútbol: gol.

Pero cuando la pelota se dirigía mansita hacia la red, a centímetros de la línea demarcatoria, apareció el cruce salvador del número cuatro, el Indio Segovia, que con un esfuerzo supremo alcanzó a pegarle de puntín para desviar la trayectoria del balón que extrañamente pegaría en el banderín del corner y se iría por la raya final. Todos, absolutamente todos, se agarraron la cabeza. No podía creer que semejante jugada no haya tenido el final que merecía y el que era más fácil, ingresando a la valla. Gabriel “Lecherito” Guzmán tampoco entendía como su obra y sus sueños se derrumbaron en un instante culpa de un uñazo providencial de un ignoto marcador de punta derecho. El técnico no quería ni mirar, y le reclamaba con sólo un gesto: mirándolo fijamente, con los dos dedos índices sobre ambas sienes, le reclamaba: ¡concentrate, Lecherito, concentrate!

Guzmán lo miró, mordiéndose los labios para no insultarlo, y sólo atinó a levantar el dedo pulgar derecho como diciendo que estaba todo bien. De todas formas, no había tiempo para lamentos, ya que el “Cabezón” Pérez estaba por patear el tiro de esquina y había que buscar un buen lugar dentro del área. “Mejor me ubico acá atrás, y me hago el distraído. Cuando llegue la pelota, la paro de pecho y le pego de bolea que seguro la cuelgo de un ángulo, porque esto tiene que terminar en gol...” siguió pensando.

4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

muy buena la historia.una igual me toco vivir una tarde sabado primaveral.un amigo jugaba en cancha de quilmes y con los vagos lo fuimos a ver.promediaba el 2do tiempo,partido empatado en 0,yeste goleador nato agarra la pelota, encara al 6, le gana en velocidad,elude al arquero y queda solo frente al arco y ,en vez de tocar suave,como cualquier juliense, metio un puntazo que se fue por arriba del horizontal.un solo grito se escucho en el Agustin Giuliani:BUUUURRRROOOO.

9:28 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Para colmo el Agustín Giuliani sin mucha gente tiene una acústica bárbara....¿y le preguntaste en que estaba pensando?

12:38 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

AHORA NO VIVE EN RAFAELA ,PERO TE VOY A AVERIGUAR

12:12 p. m.  
Blogger chenlina said...

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7:14 p. m.  

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