Corría el mes de junio de 1985 cuando, por la etapa de clasificatoria al mundial que se jugaría en México al año siguiente, se enfrentaban en la última fecha Argentina y Perú en Buenos Aires. Un empate clasificaba al seleccionado que por entonces dirigía técnicamente Carlos Bilardo, quien no tenía el apoyo de los seguidores ni de la prensa; y como si fuera poco, el equipo visitante venía muy dulce y necesitaba una victoria para lograr el pasaje.
La gesta comenzó muy bien para los argentinos, con un rápido gol de Pedro Pasculli, pero la tarde se puso más fría de lo que estaba ya que el seleccionado peruano pudo darlo vuelta en el primer tiempo con dos goles casi seguidos. Antes de que termine aquella nefasta primera mitad, el público comenzó a corear el nombre del "Flaco" Ricardo Gareca, un delantero longilíneo de larga cabellera rubia, quien miraba el partido desde el banco de suplentes. Ya en el segundo período, y cuando la selección local bregaba fuertemente por el empate, hizo su ingreso el solicitado Gareca quien minutos más tarde se encargó de empalmar una pelota que venía haciendo equilibrio por la línea del arco visitante, marcando el gol salvador, a nueve minutos del final del match, que en definitiva le daría la clasificación a nuestro seleccionado a un Mundial que, como ustedes saben, sería a la postre la mayor conquista futbolera que tuvo nuestro país hasta el momento.
Veinticinco años más tarde, la historia pareció repetirse el último sábado. Otra vez Perú en el camino, la necesidad de un triunfo y esta vez el héroe se llamó Martín Palermo, que se encontraba en el banco de suplentes, a quien la afición también solicitó ya en el primer tiempo, y quien en los últimos instantes del partido empalmó una pelota que estaba sin dueño en el área chica, marcando el tanto salvador, el que "daba una vida más", como dijo Maradona, a una selección argentina que a ese momento ya daba la certeza de que lograr la clasificación al Mundial de Sudáfrica sería un trámite demasiado sufrido.
Y ayer en Montevideo la historia le reservó un lugarcito a Mario Bollatti, otro alto, otro rubio, y que viniendo desde la banca de relevos, encontró la primer pelota que tocaría en el partido, justo dentro del área rival, para con un toque suave, poder marcar el tanto que serviría para el triunfo albiceleste que lo depositaba directamente en Sudáfrica, sin necesidad de repezca, sin ayuda de nadie.
¡Argentina al Mundial! y la frase suena más con tono de profundo alivio que de alegría. Y con mesurado entusiasmo los futboleros de nuestro país hoy tienen la sonrisa en los labios, contentos por lo que vendrá pero más porque se evitó lo que hubiera sido un papelón internacional: faltar a la máxima cita del fútbol, esa que se da cada cuatro años y tiene como premio una linda copa bañada en oro.
¡Argentina es Mundial! y ahora llega el momento de una necesaria revisión de lo hecho hasta acá en los últimos años, de una profunda y sincera autocrítica de parte de todos los protagonistas, desde la cabeza máxima hasta del último actor de este proceso, para poder armarse y prepararse como se debe para hacer una gran papel en el próximo Campeonato Mundial, que ya está a la vuelta de la esquina.
¡Argentina es Mundial! Llegó el momento de empezar a recorrer el camino a Sudáfrica y de la mejor manera posible, para poder repetir lo hecho en 1986 cuando, paradójicamente igual que en esta oportunidad, un rubio, alto nos clasificaba angustiosamente con su zapato salvador.
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