Desde que el fútbol es fútbol, los protagonistas de este deporte se han devanado los sesos pensando la manera de poder marcar goles y así obtener triunfos. Debido a esto, los entrenadores de los equipos fueron extremando su ingenio a través del tiempo y al encontrarse con que el juego deparaba innumerables situaciones dinámicas que no podían controlar, hicieron foco en las que sí podían prever y es ahí donde nacieron las denominadas “jugadas preparadas”.
Estas opciones con la que cuentan los equipos nacen generalmente de un tiro libre ó corner a favor y los planteles se esmeran por practicarlos habitualmente para así poder obtener un funcionamiento adecuado y movimientos coordinados cuando se les presenta una de estas opciones durante un partido y poder aprovecharla al ciento por ciento. En el fútbol de nuestro país, tuvimos y tenemos gente realmente experta en el diseño y preparación anticipada de jugadas como Osvaldo Zubeldía, Carlos Griguol, Carlos Bilardo, Horacio Bongiovanni y José Luis Brown entre otros, quienes hicieron del tiro libre un canto a la planificación, llegaron a llamar “laboratorio” a la sesión de entrenamiento y esa dedicación, por consiguiente, le redituó grandes satisfacciones.
Pero si de especialistas hablamos, los fanáticos del fútbol de nuestro país deberían conocer la historia de don Marco Giaele Bonggiorno quien fue uno de los precursores de las jugadas de pizarrón cuando se desempeñó como entrenador del Club Social y Cultural de la localidad de Barranquera. Este señor, inmigrante italiano que se había radicado de joven en el pueblo, llegó al fútbol casi por casualidad ya que él se desempeñaba como profesor del Grupo de Teatro perteneciente a la Sub Comisión de Damas de la institución y su único contacto con el deporte era los días Domingo cuando asistía como espectador a los partidos que jugaba el primer equipo, válido por un torneo zonal en el que participaban hacía muchos años pero que nunca habían tenido la suerte de ganar. Tras el inesperado fallecimiento del entrenador de toda la vida, don Fito Muñoz, el cargo cayó en manos de Bonggiorno por decantación, ya que por esos días no tenía donde dictar sus clases debido a que estaban refaccionando el salón donde lo hacía habitualmente y además porque no había otro empleado del club que pudiera dedicarle algún tiempo al equipo profesional de fútbol.
Contrariamente a los que podía suponerse, “El Tano” como enseguida lo bautizaron los jugadores, se tomó muy en serio su nuevo trabajo y tras la presentación de rigor ordenó un doble turno de entrenamiento para poder ir conociendo las características de sus dirigidos y ya por el tercer día de trabajo ordenó la primera práctica de jugadas elaboradas que él mismo había diseñado la noche anterior. Estas primeras ideas del DT eran simples pero a la vez sorprendentes para los jugadores que nunca habían realizado este tipo de entrenamiento y alguno de ellos, como el “Zurdo” Velásquez que era un desobediente táctico al cual ya le daba calor ser dirigido por un profesor de teatro, se mostraron reticentes y cumplieron las órdenes a regañadientes. La satisfacción de don Bonggiorno llegaría inmediatamente, cuando su equipo ganaría los dos primeros partidos, ambos por dos a cero y con sendos goles marcados tras jugadas preparadas.
Esos primeros triunfos alegraron a propios pero también alertaron a los demás equipos sobre las nuevas artimañas que presentaba el equipo de “Social y Cultural” y por lo tanto su entrenador debió ingeniárselas para crear nuevas jugadas que resultarían un poco más complicadas en su ejecución pero servirían para desorientar a los ya avispados rivales. Así es que en los partidos subsiguientes, al momento de ejecutarse un tiro libre, éste ya no se haría tirando un simple centro al primer palo para que alguien la peine y otro jugador parado en el punto del penal dé la estocada hacia la meta, ni tampoco harían un toque para “sacar” la pelota de la línea de la barrera y que venga el mejor shoteador a ajusticiar al arquero rival. Marco Bonggiorno había decidido poner en práctica sus conocimientos actorales para diseñar una jugada en la que al momento de ejecutar la falta, dos jugadores discutían reclamando el derecho de patear haciéndose del centro de la escena mientras un tercero, silbando bajito, se acercaba al balón y disparaba para sorpresa del arquero rival. Esa jugada, más otra similar a la salida de un corner, salieron de maravillas, y les valió dos goles y dos triunfos más para el equipo que ya marchaba puntero e invicto en el campeonato.
Con cuatro triunfos en igual cantidad de partidos, la valla sin goles en contra y el comentario del ordenamiento táctico-técnico que adoptaba el equipo al momento de los tiros libres, el “Social y Cultural” era la revelación del torneo y la sensación del pueblo y zona de influencia. Su entrenador, ya se había hecho fama de pillo y todos sus pares, alertados por la situación, enviaban espías a los entrenamientos por lo que “El Tano” restringió el acceso al público durante la semana. Los Domingos, el equipo se plantaba en la cancha con un ordenado 4-3-3 pero el momento cúlmine lo lograba en la ejecución de los tiros desde la esquina y las faltas cerca del área. En esos momentos, las jugadas venían cada vez más elaboradas y nunca se repetían de un partido a otro lo que hacía que sus rivales no puedan ó no sepan plantear alguna contra táctica efectiva y que el público se deleite con las pequeñas tramas que se tejían al momento de la pelota parada. Ya no sólo eran diálogos entre jugadores reclamando su oportunidad de shotear, ahora los players se transformaban por un ratito en verdaderos actores dentro de la cancha e interpretaban pequeños papeles, esgrimiendo diálogos de libretos que el mismo Boggiorno escribía, caracterizando personajes maléficos que impedían el remate ó héroes que pateaban al arco cuando nadie se lo esperaba y marcaban el tanto, para algarabía de la parcialidad y desazón de los rivales. El equipo seguía su marcha triunfal y a pesar de que todavía tenía alguna resistencia por algunos de sus jugadores a los cuales les daba pudor la actuación, al profesor Marco Bonggiorno poco parecía importarle y se lo veía exultante por la vida. A los entrenamientos del equipo los llamaba ensayo, a los jugadores les decía actores, se refería como escenario cuando nombraba a la cancha y era capaz de perdonar que uno de sus dirigidos se pase con los festejos de los triunfos (“el vino desinhibe”, decía) pero no así que alguno se olvide la letra que le correspondía decir.
El punto máximo llegó al momento de la semifinal del torneo. El partido era contra “Unión Barranquera” el otro equipo del pueblo, quienes además eran los últimos campeones y para ello el entrenador trabajó a destajo durante la semana planificando el partido y las jugadas preparadas que plantearía en caso de tener un tiro libre a favor. A pedido de él mismo, el match se disputó un Sábado a la noche, día más apropiado para una función de teatro que un Domingo a la tarde y el estadio se encontraba rebosante de gente: hinchas con banderas, pero también mujeres muy bien vestida junto a sus maridos de impecable traje negro, vestimenta adecuada para una noche de gala. Promediando el segundo tiempo del cerrado partido, cuando todo parecía encaminarse a la definición por penales, el habilidoso número diez del “Social y Cultural” encaró hacia el arco y fue derribado justo en la línea donde nace la medialuna. Los espectadores se prepararon para lo mejor de la noche y esto sin duda alguna sucedió. El “Zurdo” Velásquez tomó pelota con las manos para acomodarla en el punto exacto y con las mejillas sonrojadas por la situación, comenzó un monólogo digno del Colón: “Ser ó no ser, ésa es la cuestión” dijo y la popular estalló en aplausos. De ahí en más se desencadenó una sucesión de actos protagonizados por los once titulares más la colaboración de dos suplentes (a los que Bonggiorno llamaba extras) que duraron más de media hora, incluyeron el drama, la comedia y brindaron un mensaje de fe y esperanza a los espectadores que miraban embobados desde las gradas la hermosa exposición que le brindaban sus jugadores y acompañaban la atónita mirada del árbitro del cotejo que no se animó a apurar las acciones y las de los jugadores del equipo rival que debido a la cercanía que tenían en las secuencias que se desarrollaban, llegaron hasta las lágrimas de la emoción. El acto final, que coincidió con la muerte del protagonista de la pieza, fue un remate esquinado que hizo estéril el esfuerzo del arquero y se convirtió en el único gol del partido que clasificó al equipo del Club Social y Cultural a la primera final de su historia.
Don Marco Giaelle Bonggiorno vivía sus días de gloria. El equipo no paraba de ganar y sus puestas en escena tenían un record de asistencia nunca visto y eran comentadas en toda la zona. Para el último partido estaba decidido a hacer una presentación memorable, digna del acontecimiento que sería ese match para el club y los hinchas de su equipo. Estaba ante una oportunidad histórica y no quería desaprovecharla. Para ello, y gracias a los quince días de tiempo que tenía para sus ensayos antes del juego, escribió un libreto digno de Shakespeare mientras sus dirigidos hacían la puesta a punto física corriendo alrededor de la cancha, ordenó una férrea concentración mas que nada para evitar posibles filtraciones acerca del argumento que tendría la obra en caso de que se ejecute algún tiro libre desde la derecha y habló personalmente con el intendente de Barranquera para que facilite los servicios de la orquesta municipal y colabore monetariamente con el armado de una escenografía digna de la ocasión, a lo que la máxima autoridad, reconocido hincha del “Social y Cultural”, aceptó gustoso.
El día del partido ante “Juventud de Charata”, que nuevamente se jugó un sábado a las 21.30 a pedido del entrenador – director, el estadio estaba colmado de hinchas de uno y otro equipo, pero también de gente ajena al fútbol de todas las localidades y hasta se había hecho una invitación especial al crítico de arte del diario de la capital provincial, que atraído por los comentarios había llegado a primera hora para presenciar el match. El partido, casi pasaba a un segundo plano y hasta los asistentes habían recibido a la entrada un papelito impreso como “Programa” en los cuales se informaba a la afición sobre las diferentes opciones que interpretaría el equipo en las distintas acciones de juego: “Corner desde la derecha: Fragmento de Mariana Pineda”; “Corner desde la Izquierda: Nazareno Cruz y el Lobo”; “Falta en la media cancha: Yerma” y así el listado continuaba. El encuentro, como buena final, era duro y disputado. Los equipos no se daban ventaja y los de Juventud se cuidaban especialmente de no generar faltas cerca de su arco, pero no pudieron evitar que promediando el segundo tiempo, un férreo marcador central derribara a “Chiquito” Ruiz, el centrodelantero del equipo de Bonggiorno que al ver la acción de juego, y que el árbitro pitaba la falta, presumió que había llegado su momento. Con un gesto ordenó la jugada a realizar, luego miró al director de la banda municipal para que apreste a su orquesta e hizo un estridente chiflido llevándose dos dedos a la boca para llamar la atención del escenógrafo que estaba presto sobre una de las columnas de iluminación. Todo estaba preparado para el gran acto final, la gente expectante y los rivales que se miraban con preocupación temiendo lo peor. El “Zurdo” Velásquez, (capitán y encargado de los remates al que el Tano llamaba actor principal) acomodó el balón, tomó tres pasos de carrera y al escuchar el silbato del árbitro sintió la orden de su DT que gritaba ¡acción!. Velásquez, que como dije antes era un desobediente táctico, llegó a la pelota y le dio un fenomenal patadón que hizo que el útil se colara como un misil en el ángulo del arco del sorprendido guardameta que esperaba cualquier cosa menos el remate directo.
Gol. Golazo. Recontra golazo para el Zurdo que salió gritando con alma y vida con sus mejillas coloradas pero esta vez por el fragor y no por la vergüenza que le producía la actuación y fue a colgarse del alambrado donde estaban los hinchas de su equipo que no sabían si festejar ó pedir que se repita la acción., pero con otro intérprete. El árbitro pronto marcó el final del partido. El Club Social y Cultural era campeón por primera vez en su historia y los simpatizantes invadieron la cancha para festejar, dar la vuelta olímpica y levantar en andas a sus héroes. Pero a don Marco Giaelle Bonggiorno nadie lo encontró para felicitarlo. Algunos dicen que lo vieron salir del estadio llorando y que se volvió a Italia; otros que lo vieron en la capital de la provincia caminando con la mirada perdida y su ropa raída; los más inescrupulosos aseguran que se fue a México donde, con antelación a ese último partido, había arreglado un contrato muy ventajoso aunque no podían asegurar si era para dirigir un equipo de fútbol ó un grupo de teatro. Lo cierto es que al “Tano” no se lo vio nunca más por el pueblo. Un pueblo que nunca volvió a tener una obra de teatro ni a disfrutar de fútbol como lo había hecho en esos días de jugadas preparadas.
Etiquetas: Relatos