Justo para el Día de Amigo, se nos va Roberto Fontnarrosa un amigo íntimo del fútbol.
Gracias Negro, por tu alegría, por tu humor, por tu inteligencia, y por ser hincha. Que Dios te tenga en la Gloria.
Viejo con Árbol - (Fragmento)
-Pero le gusta el fútbol –le dijo- por lo que veo.
El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el curso de la pelota, que iba y venía por el aire, rabiosa.
-Lo he jugado. Y, además, está muy emparentado con el arte –dictaminó después-. Muy emparentado
El Soda lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando, y esperó.
-Mire usted nuestro arquero –señaló el viejo, efectivamente, hacia De León, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra-. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales –se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara aquello que él le mostraba-. Bueno... Eso es la escultura...
El Soda adelantó la mandíbula y osciló levantó levemente la cabeza , aprobando dubitativo.
-Vea usted –el viejo señaló, ahora, hacia el arco contrario, a donde estaba por llegar un corner –el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y una veladura naranja por el sudor. El contraste con el azul de prusia de las camisetas rivales, el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por al transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y siena de los muslos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así... Bueno... Eso, es la pintura.
Aún estaba el Soda con los ojos entrecerrados cuando el viejo arreció.
-Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo amplio en busca del equilibrio... Bueno... Eso, eso es la danza.
El Soda procuraba estimular sus sentidos, pero sólo veía que los rivales se venían con todo, porfiados y que la pelota no se alejaba del área defendida por De León.
-Y escuche usted, escuche usted... –lo acicateó el viejo, curvando con una mano el pabellón de la misma oreja donde había tenido el auricular de la radio y entusiasmado tal vez al encontrar, por fin, un interlocutor válido- ...la percusión grave de la pelota cuando bota contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración agitada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, los alertas, los insultos de los muchachos y el pitazo agudo del referí...Bueno... Eso, eso es la música
El Soda aprobó con la cabeza. Los muchachos no iban a creerle cuando él les contara aquella charla increíble con el viejo, luego del partido, si es que les quedaba algo de ánimo, porque la derrota se cernía sobre ellos como un ave oscura e implacable.
-Y vea usted a ese delantero... –señaló ahora el viejo, casi metiéndose en la cancha, algo más alterado- ...ese delantero de ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula, mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro, bramando falsamente el dolor, reclamando histriónicamente justicia... Bueno... Eso, eso es el teatro...
El Soda se tomó la cabeza.
-¿Qué cobró? –balbuceó, indignado-.
-¿Cobró penal? –abrió los ojos el viejo incrédulo. Dio un paso al frente, metiéndose apenas en la cancha-. ¿Qué cobrás? –gritó después, desaforado-. ¿Qué cobrás, referí y la reputísima madre que te reparió?
El Soda lo miró, atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado, repentinamente, del penal injusto, de la derrota inminente y del mismo calor. El viejo estaba lívido mirando el área, pero enseguida se volvió hacia el Soda, tratando de recomponerse, algo confuso, incómodo.
-...¿Y eso? –se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo-.
-Y eso... –vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra- ...Eso es el fútbol.
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