Faltaban casi dos horas para empezar el partido y el estadio de Sportivo Barrancas ya estaba colmado de espectadores. Y cómo no iba a estarlo si era la primera vez en cincuenta años que un equipo del pueblo llegaba a la final del Campeonato Zonal y el rival no era otro que el odiado Juventud Unida de San Cosme, el pueblo vecino.
Todos los habitantes de Barrancas y de San Cosme estaban ahí, no faltó nadie a la cita más importante del año. Las tribunas hechas con caños y tablones de madera, incluida la nueva que había hecho agregar para la ocasión el Intendente, rebalsaban de gente que esperaba ansiosa que se haga la hora de comienzo del match.
Los visitantes de Juventud Unida, cantaban por anticipado una victoria. Y claro, ellos estaban acostumbrados a disputar finales, venían de ser campeones en los dos últimos años y en este sólo habían perdido un partido. En cambio los hinchas locales de Sportivo sentían una rara mezcla de nerviosismo, miedo, alegría y expectativa por lo que para ellos era algo inédito: jugar una final. Sabían que el partido era difícil pero eran concientes también de que su equipo había ganado los últimos ocho partidos en forma consecutiva, dejando atrás un mal comienzo de temporada, y apostaban todas sus fichas al su nuevo jugador estrella: Alexis Enzo Manuel Gómez.
Gomez había llegado hace sólo dos meses a la institución. Nadie sabía de dónde ni como pero este juvenil de sólo dieciocho años apareció justo a tiempo cuando el equipo transitaba un mal momento. Flaco, desgarbado, de piel morena, de andar cansino, nadie daba dos pesos por él cuando el DT lo mandó a la cancha para reemplazar justo al capitán del equipo, el “Tata” Martínez que se había lesionado. Si hasta algunos se le rieron en la cara cuando un espectador le grito “¡sacate la mochila para jugar!” al ver su pequeña pero indisimulable curvatura en la columna vertebral que le formaba una pequeña jorobita. Pero Gómez ni oyó las burlas y se encargó de jugar, de hacer jugar a sus compañeros y de demostrar una pegada nunca vista en cualquier estadio del mundo haciendo describir al balón curvas excepcionales en el aire, efectos asombrosos, que lo llevaron a convertir su primer gol para el equipo y que le valió ganarse su nuevo apodo. ¿Suerte? ¿Casualidad? ¿Habilidad? Quien sabe, de cualquier forma, ya no le decían más “Pijuí”, desde ese partido fue “El Pibe Efecto”.
Autor de nueve goles en esos ochos partidos de victorias consecutivas, “El Pibe Efecto” se había metido a sus hinchas en el bolsillo y ya era temido por los rivales. Todos hablaban de su extraña pegada, contaban sus goles antológicos como el último que hizo en donde pateó desde el vértice derecho del área grande, la pelota dio en el segundo palo, cruzó toda la línea y justo cuando el arquero la iba a atrapar dio como un saltito para eludir sus manos y se metió. Los seguidores se preguntaban, ¿Suerte? ¿Casualidad? ¿Habilidad? Quien sabe, la cosa es que el nuevo ídolo de Sportivo era el As de espadas que tenía el equipo para la gran final e incluso se decía que habían venido a verlo gente de Buenos Aires para llevarlo a jugar a un club de allá.
Ya casi era la hora. Los equipos ingresaron a la cancha envueltos en papelitos y gritos de los hinchas. La primer sorpresa de la tarde fue que el técnico local había decidido dejar a “El Pibe Efecto” en el banco de suplentes. “Opté por la vuelta del Tata Martínez que ya está recuperado y me garantiza más despliegue y marca en el mediocampo, fundamental para este tipo de partidos” explicaba y la gente se codeaba, aguantaba la risa, y socarronamente comentaba que al DT se la habían subido los humos y ahora se hacía el Marcelo Bielsa.
El primer tiempo transcurre sin pena ni gloria. Trabado, luchado, con un poco de pierna fuerte, levantando polvareda de la cancha con poco césped necesitada de lluvia, los jugadores se fueron al descanso empatados en cero y en medio de un solo grito: “Efeeeeeecto, Efeeeeeecto” era lo que quería, pedía y exigían la hinchada local y no se callaron durante los quince minutos que duró el entretiempo.
Al regresar los equipos, la gente “cogoteaba” en las tribunas para verificar una sola cosa: si el número 16 estaba entre los que iban a empezar el segundo tiempo. Y efectivamente, Alexis Enzo Manuel Gómez ahí estaba, ingresado en cambio del intrascendente “Pacha” Cabré. Al verlo, el estadio estalló en aplausos, los locales comenzaron a corear su apodo, y los hinchas visitantes comenzaron a mirarse unos a otros ya sin esa seguridad que ostentaban antes de comenzar el partido.
Pero el juego continuó trabado. Ésta vez “El Pibe Efecto” no lograba hacer jugar a sus compañeros ni tampoco podía con la marca personal del recio “Chuki” Tolosa que le había puesto inteligentemente el técnico rival. “Justo hoy se nos viene a pinchar éste” comentó el mismo que le había gritado lo de la mochila, refiriéndose al juvenil estrella. Los hinchas ya no cantaban ni saltaban, estaban quietitos viendo como se consumían los minutos y la definición se encaminaba derechito a los penales y como Gómez era un espectador de lujo del partido.
Pero faltando un minuto para finalizar el partido, “El Pibe efecto” realiza una jugada fenomenal, la paró de pecho en la mitad de la cancha, encorvándose tal como era su posición al correr, eludió a su marca y metió un pelotazo fenomenal de treinta y cinco metros que describió una parábola acompañada de una curva extraña y perfecta para caer en los pies de su compañero, el “Tigre” Fonseca que estaba paradito en el área grande. Los defensores rivales lo atoraron, haciéndolo caer…¡¡¡¡¡Pppeeeeennnnnaaaaaaallll!!! gritaron en la tribuna. ¡¡¡Penal!! pidieron los jugadores y penal vio y marcó el árbitro.
La tribuna local deliraba, sólo un crack pudo ver al “Tigre” en el área y meter ese pase de 35 metros. ¡¡¡“Efeeeeeecto, Efeeeeeeecto” !!! coreaban los hinchas que faltando un minuto veían como su equipo tenía la chance de hacer el gol y quedarse con el campeonato y la gloria. “¡¡¡¡Efeeeeeecto, efeeeeeecto!!!!” pedían también para que se haga cargo de patear el penal, recordando su primer gol de tiro libre en que la pelota salió disparada hacia la izquierda del arquero y un metro antes de sus manos viró para colársele en el ángulo derecho. ¿Suerte? ¿Casualidad? ¿Habilidad? Quien sabe.
Lo cierto es que la orden del obsecuente DT local fue “Que lo patee Gómez”. Y Gómez fue. Con sus dieciocho años y su pinta de cualquier cosa menos de jugador de fútbol se paró frente a la pelota de cara a la hinchada visitante, al arquero rival y a los cincuenta años de frustraciones de Sportivo Barrancas. Manos en jarra, tomó poca carrera, tres o cuatro pasos nada más, corrió, y le pegó de zurda. La pelota salió mansita, a media altura y dirigida al centro del arco. El arquero rival ni necesitó moverse, el balón le llegó a las manos, a la altura del pecho como si hubiera sido un pase de un compañero mas que un disparo rival.
Todos se agarraron la cabeza, los espectadores visitantes saltaban de alegría. Nadie podía creer lo que veían, ni el mismísimo arquero que tenía la pelota en sus manos y no sabía que hacer con ella. Los hinchas de Sportivo quedaron mudos con el grito de gol atragantado raspándoles la garganta, inmóviles, algunas mujeres ya comenzaban con el llanto de rigor y “El Pibe Efecto” allí en el medio de la escena como el máximo imputado.
El único que atinó a algo fue el “Tata” Martínez. Cumpliendo su rol de capitán y líder se acercó hasta “El Pibe Efecto” y le dijo para darle aliento: -“No te preocupes Pibe, no pasa nada, un penal erra cualquiera”. “El Pibe Efecto” le pasó la mano por sobre el hombro, abrazándolo, mirando el arco rival, y justo cuando el árbitro le dio la orden al arquero “Juegue, juegue” le responde al Tata con tono sereno, canchero y sobrador: “Quedate acá conmigo, y fijate lo que pasa cuando el arquero pique la pelota para sacar”.
¿Suerte? ¿Casualidad? ¿Habilidad? Quien sabe.
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