Basado en una historia realAnochecía en Villa de la Cañada y como todos los días a las siete de la tarde el buffet del club “Deportivo Cañada” se iba llenando de personas y personajes habitué del lugar. Las mesas descoloridas rodeadas de sillas plásticas provistas por alguna fábrica de cerveza que ya no existe y el largo mostrador de madera cubierto de vasos vacíos y de botellas a medio servir, son los únicos muebles del lugar que tiene como única decoración las paredes grises adornadas de viejos banderines de clubes ignotos que pasaron alguna vez por el lugar y las fotos de viejas glorias deportivas. Un poco más atrás el clásico Metegol y la mesa de pool entretienen a un grupo de muchachotes que no tienen otra cosa mejor que hacer que perder el tiempo.
El “Ruso” Polianski, único responsable del lugar y que hace las veces de mozo, cajero y ordenanza, fumaba un cigarrillo acodado en la barra mientras miraba en silencio como poco a poco iban llegando los comensales de siempre que iban tomando ubicación en los lugares de siempre. Tito con Pedro en la mesa que está al lado de la ventana; Pipo, Rolo, el Chaqueño y Don Bustinza en la eterna partida de truco; y el “Negro” Ponce sentado más atrás que hacía rato ya había comenzado a ahogar sus penas solo y con la mirada perdida. Todo se repetía una y otra vez, día a día, como una mala película de televisión. A dos metros del mostrador estaba la mesa de “los notables” y que justo acababa de completarse en su habitual formación: el presidente del club don Alejandro Balls, reconocido médico cirujano y dueño además de la única clínica de la ciudad; don Victorio Echecopar abogado y vicepresidente de la entidad, el tesorero del club y poderoso comerciante don Álvaro Garmendia y su hijo, Alvarito, un trintañero que acompañaba a su padre a todas partes como única ocupación reconocida y como no podía ser de otra manera, ocupa el cargo de vocal en la comisión.
Para la cúpula directiva, el encuentro en el bar no era solo recreativo si no que también serviría para acordar la acciones a llevar a cabo con motivo del próximo partido que el equipo del primera división disputaría el domingo y que era justamente la final del campeonato zonal y nada más ni nada menos que ante el clásico rival: el club “Juventud de Cañada”, tal como había sucedido cinco años atrás. El Ruso Polianski, sin que nadie se lo pida pero con conocimiento de causa, se acercó con lo de siempre: vermouth para cuatro con la picadita de rigor, mientras que en la mesa, casi sin prestarle atención, los integrantes seguían debatiendo ideas. –“El Domingo hay que ganar como sea”, exigía Alvarito con más aires de hincha que de dirigente.-“Ya lo sé m´hijo”, respondió su padre, “es una final” reforzó la idea mirando al presidente. Don Balls, tomó aire como quien va a dar un discurso, y con su característico tono soberbio, dictaminó: “No se preocupen, el domingo ganamos como que me llamo Alejandro. Vamos a hacer lo que tengamos que hacer para ser campeones. Con Victorio ya le prometimos a los muchachos premios dobles, y por las dudas, ya hicimos una reserva de dinero para…”. Los Garmendia sonrieron, no hacía falta que el presidente termine la frase para entender su significado. Sólo había que esperar que pasen los días para saber quien iba a ser su cómplice.
Llegó el día viernes y en el bouffet las imágenes se repetían una vez más, casi como una postal., aunque esa vez el tema de conversación era excluyente, todos los parroquianos hablaban del partido del domingo; final y clásico a la vez, imposible abstraerse del tema. La mesa de “los notables” degustaba su vermouth charlando de política nacional aunque faltaba un integrante. Promediando las ocho de la noche, Alvarito hizo su ingreso al recinto casi corriendo, sonriendo y hasta agitado de la emoción. Al verlo sentarse en su lugar, el Ruso preparó la copa y se la acercó junto al refuerzo de la picadita, mientras que casi sin verlo, el joven, exultante de alegría, comentaba a sus pares:
-“¡El Consejo designó de referee a Daniel Morán, el “Colorado!”
-“¡¡Les dije!!” Respondió don Alejandro Ball mirando a los demás. “Les dije que iban a designar al Colorado…mejor… así no le tenemos que dar tantas explicaciones. Morán se vende al mejor postor y es casi de la casa así que ya sabe como es el asunto” Concluyó con una sonrisa, mientras el Ruso se acercaba con otra ronda de vermouth que solicitaba Alvarito.
“Y Rusito, ¿preparado para el Domingo?” Le preguntó, ya más tranquilo, el hijo del tesorero a quien servía despaciosamente. El mozo, lo miró, sonrió y bajó la cabeza concentrándose en no volcar las copas que hacían equilibrio sobre la bandeja que llevaba en la mano. “Que pasa Ruso que no contestás, ya estás asustado? Apoyó el mayor de los Garmendia, levantando la voz para que todos escuchen, acomodándose en la silla y preparándose para lo que todos sabían que ya venía. Polianski terminó de apoyar sobre la mesa el refuerzo alimenticio que acompañaba a la bebida, y como hombre de pocas palabras que era, solo contestó entrecerrando los ojos:
-Otra vez una final, después de tantos años…
No hizo falta que diga más, para que él mismo y todos los parroquianos inmediatamente hagan un repaso mental a los últimos años de la vida del encargado del bar: gran jugador de fútbol, aguerrido defensor, que había jugado toda su vida en el mismo club: Juventud, la odiada contra. Por su gran desempeño era ídolo de la institución y cinco años atrás, habían podido llegar por primera vez a una final de campeonato que perderían ante el rival de siempre, el Deportivo, en un partido al que asistió toda la ciudad, y en el que todos fueron testigos de aquel penal en el último minuto que el referee cobró, y el Ruso jura ante quien quiera oírlo, que no fue. Por supuesto, los hinchas de su equipo nunca le perdonaron aquella tonta mano dentro del área a un minuto del final, y lo responsabilizaron de la derrota, llegando al extremo de querer quemarle su auto, pintarle el frente de la casa acusándolo de coimero y llevando a la dirigencia a cancelarle el contrato de concesión del bar que atendía en aquel tiempo. Por suerte para él, apareció en su vida don Alejandro Ball y, más como una actitud provocativa hacia el clásico rival que una actitud generosa, lo incorporó al bouffet del club que preside, y allí lo mantuvo hasta estos días, lejos del fútbol y del club de sus amores, pagando la condena por aquel penal que él jura que no fue.
“¡¡Eh Rusito, te quedaste callado!!” Lo despabiló don Victorio, “¿Te estás acordando de los que te echaron como perro y casi te queman tu Torino ó estás pensando que nos vas a apostar esta vez?” Chicaneó, mientras Alvarito tomaba la posta, en lo que ya se había transformado en gastada y apoyaba: "Dale Polianski, veo que no aprendés más y a pesar de trabajar acá seguís hinchando para ellos, hace cinco años ya les ganamos ¿qué querés perder esta vez?" Mientras los demás asistentes al lugar ya reían y le gritaban cosas que ni se entendían, el Ruso acomodó su bandeja debajo del brazo derecho, hizo a un lado el pucho que tenía en los labios, y antes de retirarse contestó:
- Hay sentimientos que nunca cambian nene. Así que apostemos lo de siempre.
-"Como te gusta joder gente a vos", le dijo en tono risueño el tesorero a su hijo, y éste respondió afirmativamente con la cabeza, mientras apuraba el trago de vermouth,
-"Otra vez va a tener que pagar y servirnos el asado del lunes", agregó.
-Bueno, basta de bromas, interrumpió don Alejandro, pongámonos serios que tenemos que organizar el plan para el domingo, y no puede haber errores.
-"Hagamos como las otras veces, sugirió el vice dirigiéndose al doctor, el Domingo al mediodía Alvarito y yo vamos en mi auto hasta la garita que está a treinta kilómetros, esperamos el micro, lo paramos, buscamos al Colorado Morán y lo traemos hasta tu quinta, donde vos lo esperás con el asado de siempre y el sobrecito para él y los colaboradores. Cerca del horario del partido los arrimás en tu auto hasta cerca de la Terminal y listo, ellos llegan caminando a la cancha.
-Si, está bien, hagamos así, contestó el presidente. Yo voy ultimando los detalles, para que todo salga limpito y nadie se dé cuenta. Como hacemos siempre, y como hicimos hace cinco años…jaja. Por el campeonato: ¡salud!
Las cuatro copas se chocaron en el aire y quienes las sostenían las vaciaron de un trago, rápido y limpio, como el arreglo que estaban organizado para la final.
El domingo amaneció con sol y cielo limpio, - “Un día ideal para la práctica del deporte dirían los relatores” le dijo don Victorio a Alvarito mientras éste se subía presuroso al coche último modelo del primero. El viaje hasta la garita fue rápido y casi ni emitieron palabra. Diez minutos antes del horario estipulado en que pasaba el micro proveniente de la capital provincial, ambos dirigentes estaban parados a la expectativa de verlo asomarse en la curva que estaba doscientos metros antes. Al fin lo divisaron, justo a horario. Tal lo planeado, Alvarito hizo señas y cuando el coche se detuvo, subió y enseguida empezó a mirar a los pasajeros buscando al referee Daniel Morán. A primera vista no lo divisó por lo que tuvo que pedirle al chofer que lo aguarde un instante: “estoy buscando a un familiar”, le dijo. Caminó por el pasillo que queda entre ambas filas de asientos, de punta a punta, pero Morán no estaba allí. Desconcertado, se asoma a la puerta del colectivo y le dice a Don Victorio:
-No está, Morán no está. El tesorero no se explicaba el hecho, y sólo atinó a recorrer en su memoria los diferentes horarios de micros provenientes de la capital, pero en días Domingo, éste era el único. Mientras, el chofer impaciente reclama: -“Bueno señores, tengo que seguir, ¿se suben ó se bajan?”. Alvarito pide las disculpas de rigor, y desciende por las escalinatas del ómnibus mientas éste cerraba las puertas y arrancaba. Atónito, lo mira a su coequiper como buscando una respuesta a una pregunta que no hacía falta formular. Manos en jarra Don Victorio, miraba para arriba como fijándose si la solución a la incógnita estuviera escrita en el cielo. Ninguno de los dos entendía que pasaba, ni sabía que hacer. ¡Vos y tu plan de siempre! Le recriminó Alvarito a su compañero, pegando un puñetazo en el capó del coche. “Tranquilo nene”, respondió Echecopar poniéndole una mano sobre el hombro, en lo que sería el principio de una discusión inútil, que no llevaría a nada y que terminaría con ambos revolcándose en la banquina trenzados en una pelea a puño limpio.
Mientras los integrantes de la Comisión Directiva del club Deportivo Cañada solucionaban sus diferencias a las piñas, un coche color azul asomaba su silueta en la curva distante a doscientos metros. Al pasar frente a ellos y escuchar un bocinazo que los alertaba, los boxeadores detuvieron su pelea y quedaron perplejos y enmudecidos por la sorpresa. En el interior del auto, se alcanzaba a divisar en el asiento de acompañante la inconfundible cabeza colorada de Daniel Morán, mientras que el chofer los saludaba con una sonrisa amplia y un pucho en la boca. El Ruso Polianski, ya saboreaba su venganza, mientras conducía el Torino hacia el campeonato de su equipo.
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